viernes, 6 de noviembre de 2009

El malo

Hoy el pueblo es una estampa de felicidad. Nadie apostaría que pudiera suceder algo más que celebración. Es un mediodía de otoño, el sol brilla sin reparos. Una manada de pájaros de cola roja sobrevuela la plaza que huele a eucalipto, mientras la orquesta toca una canción de marcha alegre.

Celia disfruta, al igual que los otros habitantes, de las fiestas patronales. Con sus 10 años tiene un carácter explosivo y rebelde, aunque siempre termina obedeciendo a su madre, Carmen, quien ahora se distrae con unos vecinos tomando Vermouth.

- ¡A ver quién trae más castañas! ¡Yo voy por la casa 12, tú por la vereda!- grita Ana a Celia.

- ¡Corriendo que nos pillan! ¡Nos vemos aquí! ¡A que te gano!- responde Celia echando una carrera hacia los prados verdes y húmedos, salpicados de manzanas. Ana se dispara hacia el otro lado, agarrando el ruedo de su vestido de señorita, en un inútil intento porque permanezca celeste.

Tomando la delantera, Celia corre con la bufanda lila volando desde su cuello. Los gastados zapatos negros sortean los charcos de una lluvia del pasado. Su pequeño perro color caramelo, la sigue desde lo lejos saltando con la lengua afuera. El camino no está demarcado, pero lo conocen. Celia recorre la hierva salvaje que le llega a la cintura; libre, pletórica, con los brazos extendidos rozando la naturaleza.

- Agggh! – Celia hace un grito contenido.

Un hombre corpulento, con barba espesa y braga azul, le tapa la boca. La atrapa casi en el aire cargándola a la fuerza. La bufanda lila queda en el suelo. Celia reconoce su rostro, sin comprender.

- Carmen, haremos el curso de setas este año? - pregunta una vecina.

- ¡Si arreglo el coche a tiempo, y la estufa! - responde Carmen, sosteniendo el vaso de plástico amarillo con el vermouth rojo calentándose. Todas ríen y la orquesta entona una canción religiosa: Pum, Pam, Pum, Pam.

El corazón de Celia retumba, pero ella no se mueve, mientras el hombre da pasos decididos y largos, apretándola con sus brazos de leñador. Va mirando hacia adelante con ojos perdidos y respiración veloz.

El perro aparece de entre los matorrales y ladra estrepitosamente.

Ahora Celia entiende que debe escapar. Reacciona dando patadas, forcejeando y gritando hacia adentro.

Ana llega a la casa 12 con las manos llenas de castañas. Emprende el regreso contando sus pasos. 1, 2, 3, 4…

Carmen desvía la mirada hacia el puesto de comida, hacia la iglesia, luego hacia la orquesta, pero no encuentra a Celia.

- ¡Celia! - grita paseándose entre la gente con su vestido azul de terciopelo, el chal crema y la sonrisa de vecina amable.

- ¿Y Celia? ¿No estaba con Ana? - pregunta Carmen ahora seria.

Ana va lentamente por la vereda de la casa 12, absorta en sus pasos y en el reflejo del sol que aparece y desaparece jugando con los árboles. 33, 34, 35…

El perro ladra sin parar. El hombre la sujeta con todas sus fuerzas, ahora tocándola bruscamente entre las piernas, mientras camina como quien quiere llegar lo antes posible a un punto inexistente. Celia siente pavor y se retuerce con más fuerza. 45, 46, 47. Ana se topa con un camión.

-¿Tu qué haces por aquí? ¡Vamos a la Iglesia! Tu madre debe andar buscándote, sube! - le dicta un tono familiar. Ana obedece colocándose junto a un gran saco de pienso.

-¿Has visto a Celia? - Carmen investiga.

-¡Carmen! ¡Mujer! Tómate otro Vermouth. ¡Salud!

Celia da patadas muy violentas. El hombre suelta una mano y la levanta como para pegarle. Ella se aprovecha, le atisba un golpe en el ojo y logra zafarse. Cae al suelo. En milisegundos, un instinto felino la endereza y la empuja a correr en sentido opuesto. Corre como nunca lo ha hecho. Corre sin escuchar nada. Corre sin mirar atrás. Corre sobre los charcos. Corre sin aliento. Corre con lágrimas saliendo espontáneamente. Corre olvidando la cara del malo.

El perro la sigue, pero ella no lo nota. Llegan a la carretera.

-¡Celia! ¡Vamos a la Iglesia, sube!- grita Ana desde el camión.

Celia sube, luego el perro. Se acomodan.

Celia retoma el aliento poco a poco haciendo una promesa de silencio.

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