domingo, 22 de noviembre de 2009

Ciro

En su cuenta bancaria hay 680 mil euros. Allí están, sin que al parecer hiciese nada por merecerlos.

—¡Lo hizo! ¡Pero qué cabrón!— Grita tomando rápidamente las llaves del coche y apurando su paso.

Ojos miel, cabello rubio, alto y bastante delgado. Luciendo un poco andrógino, Gabriel lleva esos pantalones oscuros super ceñidos a sus piernas. Abre la puerta del Mercedes gris y hace una carrera para llegar lo más rápido posible a casa de Ciro. El llavero de la Torre Eiffel, regalo de su novio actual, brincotea colgado en el espejo retrovisor.

Un año atrás, Ciro le ofreció este coche como parte de pago del piso donde vivía. Así se conocieron. Así, Gabriel conoció a Ciro.

Pequeño, ojos saltones detrás de las gafas, cabello rizo y graso, tartamudo y siempre trajeado con la ropa gris, blanca y marrón que le quedó de su padre. Un tipo extraño, siempre oliendo a café y Brandy. Maniaco-depresivo. Un loco.

Con 42 Años, había pasado la mitad de su vida, comprando y vendiendo casas compulsivamente. Armando un tesoro. Con el único propósito de aumentar la envidia y recelo de su familia, que lo abandonó por parecer “extra-terrestre”.

“Yo soy muy listo jejeje, a a a a mi nadie me quita mi mi mi dinero. ¡Primero me muero! Y si me muero ¿quiqui quién les va a pagar eso que me están pi pidiendo? Te lo dejo todo y los dejo titi tiesos”. Esas fueron las palabras de Ciro un día cualquiera hacía ya 6 meses. Ahora resonaban en la cabeza de Gabriel, quien nunca imaginó que se atrevería. Le producía compasión y curiosidad. Sabía que era un personaje de cuidado, por eso cortó la extraña relación que tenían, después de recibir ochenta llamadas suyas en menos de una semana. Ciro también se decantaba por los chicos y Gabriel, además de guapo era joven, lo cual aumentaba su frenesí.

“Me qui qui quitaré la vida como lo hacen con con los ancianos en los hospitales, poniéndome aire por las ve ve venas. Aire, aire, eso es lo que yo ne necesito. Los dejaré ti ti tiesos ¡Soy muuuy listo te das cuenta!”.

Al llegar, Gabriel notó que Ciro había cumplido su palabra. Listo o no, loco o no, le había dejado ese dinero y 2 propiedades a su nombre. Entre ellas la casa que ahora tenía en sus narices.

—¡Mierda! ¡Mierda!— dice para sus adentros al no obtener respuesta al llamar a la puerta.

Una vecina regordeta quien limpia la acera le confirma los hechos.

—Lo sacaron hace una semana, yo sabía que acabaría mal. Pobre muchacho, tan raro que era. ¿Usted es de la familia?— interroga la doña viéndose en las gafas oscuras de Gabriel.

—No, no, en lo absoluto. ¿Pero sabe usted algo más?—pregunta Gabriel nervioso.

—¡Nada más! ¡Yo no me meto en cosas ajenas! Sólo escuché que están investigando; parece que fue un crimen pasional—dice la vecina bajando el tono de la voz.

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