viernes, 25 de septiembre de 2009

Sal, quiere morir

Sal vive con su madre en un pueblo lejos del mar. Es un niño delicado, alérgico, con ojos de cristal, cejas rojas, y un corazón más grande de lo normal.

Tiene como condición aprovechar lo más que pueda su corta infancia, pues los médicos han sido claros: 7 años con suerte. Y su madre también ha sido clara con él.

Porta una mochila de cuero marrón fabricada en 1935, regalo del señor Tomás, jardinero de su casa. Dentro hay 3 libros, 4 lápices, una mascarilla de boca, un envase hermético con algo de comida, una bolita de plástico con la cara de un coyote y su cantimplora con agua de tilo, para calmar cualquier casi infarto que pueda provocar el contacto con insectos, cielos muy brillantes, caramelos pegajosos y niños sanos.

La escuela es un mal necesario. Su barrio, su localidad, en general su ciudad, es bastante aceptable. Se respira mucha tolerancia, se comparten halagos de manera casual, se busca que el otro esté bien. Sin embargo, a Sal, la compasión lo enferma cada día más.

Hace frío, caen algunas gotas de rocío y el invierno no tarda en llegar, al igual que el autobús. Típica estampa.

-Porqué no te sientas con nosotros? acaso tenemos alguna enfermedad? jajajajaja. - Se ríen los niños del bus ante la extraña y perenne soledad de Sal.

En la escuela, permanece 5 horas de lunes a viernes. En ese tiempo Sal, intenta ser el mejor de la clase de cultura (ha memorizado 235 libros desde que aprendió a leer), concentrarse en la clase de matemáticas, pues siempre lo lleva por un viaje extraño de sueño y melancolía, y en esperar la última clase. La hora más satisfactoria de su momento escolar.

-Sal! hoy espero sorprenderte! ya verás lo que traigo - Le comenta el maestro de la clase de informática. Un hombre muy grande pero un niño al fin al cabo, que comparte sus fanzines de dibujos japoneses con Sal, y le reinterpreta personajes en las servilletas de la cafetería.

El maestro de informática tiene una preocupación. Sal le ha pedido, seriamente... que lo ayude a morir. Que le facilite el camino. Que no se va a arrepentir, porque Sal quiere hacer de su muerte una aventura. Como la de los héroes invencibles que leen los jueves a media tarde.

- Yo puedo encenderme por dentro como Hakui. Se me ha ocurrido que puedo provocarme una fiebre de 50 grados y por supuesto tomar el rojo de su piel! No sería fantástico? Igual ya tengo el día. Usted sólo tiene que prometerme que estará allí.

El maestro no ha podido tomarlo en serio. Le dio su palabra, como Hakui la da a los árboles encantados del cuento japonés. Sonriendo.

Igual ya es el día. A Sal le ha provocado caminar de regreso a casa y se siente contento de que el maestro lo acompañe. No sólo porque podrá cruzar tranquilo la calle 54, donde está el perro más feo del mundo, sino sobre todo porque tienen más rato para conversar.

- Hace mucho tiempo que no conozco a ninguna chica. Ya me gustaría. A ti no?

- No. No sé porqué somos chicas y chicos, eso no lo comprendo. La única chica que he conocido la sacaron de la escuela el año pasado. Ya usted conoce la historia.

- Ya ya, pero no te quedan ganas de volverlo a intentar? En tu clase no hay muchas guapas, pero en la clase de al lado sí que hay!

- Me preocupan otras cosas. A los chicos les gusta mandarles aviones de papel con mensajes asquerosos, y se ponen tontos tirando besos al aire. A mi todo eso me parece una pérdida de tiempo.

- Pero y Hakui y la máquina rosada? ellos se quieren, es bonito cada que vez que Hakui entra por la boca de la máquina y luego conversan hasta el amanecer... es lo mismo. Éso sé que te gustaría intentarlo.

- Por eso hoy me encenderé! Usted es perfecto para ayudarme. Se da cuenta?

- Sal, no me refiero a eso. Pero qué tal si tomamos unos helados en la esquina?

- No puedo. Moriría antes y de manera natural, no tengo suficientes "algo" para resistir el dulce.

- Vale, entonces mejor, sigamos el camino.

Una hora más tarde y 10 manzanas después, Sal y su maestro se detienen en un parque solitario y húmedo. El mismo parque donde los domingos en la tarde, los niños sanos compiten a las carreras.

Sal quiere que el maestro lo espere en el centro del parque con los ojos cerrados. No tiene un plan muy claro pero es lo que su corazón de tamaño anormal le va indicando. Salta apresurado, lo tiene nervioso, el corazón de Sal está agitado.

El maestro le sigue el juego. No tiene ninguna razón para no hacerlo. Realmente el maestro confía más en Sal que en sí mismo. Ha aprendido tantas cosas desde que lo conoció, que no hay manera de que intente sabotear nada que venga de él.

Ojos cerrados, grillos inquietos y hojas anunciando lluvia. Sal se aleja poco a poco. Necesita guardar las fuerzas y el calor para el momento triunfal.

El maestro espera. Sal camina a pasos lentos. La tarde tiene un color azul que Sal puede disfrutar perfectamente con sus ojos transparentes. A pesar de la agitación, es la primera vez que no le sudan las manos después de tanto esfuerzo físico, y la primera vez que logra respirar tan profundo sin toser. Sal está más vivo que nunca. Sal quiere morir más pronto que antes.

Como un avión, Sal llega a un punto de partida. Se detiene y voltea su torso. Ahora está de frente al parque. Vuelve a respirar muy hondo, y mueve la cabeza un poco. Extiende los brazos como alas y abre bien los ojos como focos. Una ardilla lo distrae por un momento, mientras hace unos cálculos mentales.

El maestro ha abierto un ojo. Sólo llega a observar una ardilla que viene de lejos, y unos cuantos arbustos moviéndose con la brisa que ya está fuerte. Ojos cerrados de nuevo, el maestro sin saber porqué comienza a contar en su cabeza. Un, dos, tres , cuatro, cinco...

Sal se afinca en la tierra.

Seis, siete...

Sal toma aire

Ocho, nueve...

Sal se dispara

Diez...

Corre, se cae, se levanta, sigue corriendo, su corazón tiembla

once, doce, trece, catorce...

Las alas o los brazos se mueven arriba y abajo, el avión se calienta por dentro y por fuera.

Quince, dieciséis…

Sal atraviesa el parque, sus ojos se ciegan,

diecisiete, dieciocho...

rebosa a la ardilla, su corazón está al máximo

Diecinueve...

Sal grita, Sal salta... sobre el maestro.

Veinte.

Sal se enciende y su corazón explota.

Dos semanas más tarde, el maestro dejó la clase. Conoció a una chica en la heladería, una tarde que casi llovía. Una chica que atravesaba el estado en una furgoneta, rosada.

2 comentarios:

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